PROLEGÓMENOS

 



La introducción, el exordio y el preámbulo comparten el sentido de “penetrar en el interior de algo”, de “meter o hacer entrar algo en otra cosa”, de “conducir hacia adentro”.  En un texto o discurso, es la sección que tiene como propósito ofrecer una idea del tema que se va a tartar, principiar o comenzar (Véase: 2019. Prólogo. Texto e intertexto).

En un texto científico, técnico o de divulgación es probable que la introducción tome otros nombres como resumen, extracto o prefacio cuyo propósito será resumir (en inglés, abstract; mal llamado, abstracto) los puntos principales que serán abordados, y explicar algunos de los antecedentes relevantes del tema. En un texto literario, permite al lector/a un atisbo: «Concretan El corazón frente al mar una breve Introducción, una breve conclusion», indica el autor Luis Rafael Sánchez. Asimismo el uso de los términos puede variar según el registro o los parámetros de formalidad. El uso más formal corresponde al cultismo prolegómenos, que procede del griego prolegomena (‘preámbulos’) y se usa generalmente en plural. Según el DLE (RAE), se refiere a un tratado que se coloca al principio de una obra o escrito para explicar los fundamentos generales. André Breton, en 1945, publicó Prolégomènes à un troisième manifeste du surréalisme ou non.


Del mismo modo que los prolegómenos pueden tener  una connotación negativa, referida a una introducción excesiva o innecesaria de algo, el preámbulo (del latín preambulus ‘que va delante’) puede ser negativo y descartarse “sin más  preámbulos”, cuyo sentido es “rodeo o digresión que se dice antes de entrar en materia o de empezar a decir algo”. Como parte de “aquello que se dice antes de dar principio”, puede formar parte de la oralidad; el texto preambular puede ser oral o escrito. Asimismo, vinculado al discurso oral, se sitúa el exordio: «principio, introducción, preámbulo de una obra literaria, especialmente la primera parte del discurso oratorio». Aunque en desuso, exordiar se refiere a empezar o principiar algo.


Por otra parte, el prólogo (del griego prólogos, ‘discurso que da razón a las cosas’) deja entrar, abre paso a una tercera persona [X comenta a Y sobre Z]: “texto preliminar, escrito por el autor o por otra persona, que sirve de introducción a su lectura”. Esta particularidad permite la participación de un prologuista, la persona que escribe un prólogo, aquel que lleva a cabo la acción de prologar (verbo), sin llegar a “entremeterse” o a “entrometerse”, dejando márgenenes y espacios para que cada cual pueda ubicar su sitio en el texto.  Un uso distinto al de la acción verbal (prologar un libro) es el adjetival de preambular (adjetivo) que alude a un texto preambular, que sirve de preámbulo, referido mayormente a la parte expositiva del derecho que antecede a una normativa constitución, ley o reglamento.    


La palabra prefacio, que suele referirse al prólogo de los libros, es un cultismo obtenido del latín praefatio, (acción de hablar antes). También remite a prefacio el término prefación cuya primera aparición data del 1570, en el Vocabulario de las dos lenguas Toscana y castellana (IEDRA). En el ámbito religioso se refiere a la parte de la misa que precede inmediatamente al canon.


Lo contrario (antónimo) al prólogo es el epílogo, (del griego, epi, ‘sobre’ y logos, ‘discurso, tratado’), que puede ser escrito (breve oración o texto al final de un tratado o pieza literaria) u oral (discurso que haba a la audiencia al final de una obra). La acción de epilogar se refiere a resumir o compendiar una obra o escrito. En un texto científico, técnico o de divulgación es probable que el epílogo tome el nombre de conclusión (acción de concluir, acabar o finalizar algo), que es la idea a la que se llega después de considererar una serie de datos o de circunstancias. 


Vinculado también al fin, se encuentra el término colofón (del latín colophon, ‘cumbre, término, fin’), cuyo significado alude al “rematefinal de un proceso” y también a la anotación que figura al final de un texto. Del mismo modo la postdata (posdata) se coloca al final, pero se sitúa en la carta y pertenece al género epistolar. Es decir, la postdata es a una carta lo que el colofón es a un libro.

Cada uno de los términos señalados cuenta con un matiz distinto para “entrar en”, uso preferido en España, mientras en América se prefiere “entrar a”; dependiendo del contexto, del género o de los modos discursivos de expresión, se “entra hacia adentro”, se pone un “pied à terre” para “plantarse” en el texto.

                                                                                                                                                                                                                                                                         


                                                                                                                                                                                                                                   

 

 


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